Acabo de leer "Faking It: The Quest for Authenticity in Popular Music", que mencioné hace unos posts. El libro empieza bien; como el artículo de Dave Marsh al que me referí en el mismo post, parte de la nota de suicidio de Kurt Cobain y pasa a recordarnos la última canción de su actuación en un programa con pretensiones de autenticidad, el "MTV Unplugged" (desenchufado con enchufes, claro). Kurt la presenta como un tema escrito por uno de sus artistas favoritos, y entre él y Krist cuentan, como en broma, que Kurt quiere comprar la guitarra de dicho compositor. (No extrañaría que fuera una historia inventada: ya sabemos que Kurt no durmió debajo de ningún puente.)
Y después de esta, no hay ningún bis. Un final de poner los pelos de punta para lo que se convertiría en el primer disco póstumo de Nirvana.
Pues bien. La canción, también conocida como "In the Pines", sobre una chica que se va a un pinar "donde el sol nunca brilla" después de saber de la muerte de su marido, decapitado por un tren, no la compuso Leadbelly. Se remonta a finales del siglo XIX y ha formado parte del acervo musical popular americano desde entonces, siendo cantada tanto por negros (Leadbelly) como por blancos (aquí un ejemplo):
Leadbelly fue, a su vez, un producto de los folkloristas John y Alan Lomax (padre e hijo). En su búsqueda de "la música negra más pura" (o sea, lo más parecido al tamtam en la selva africana), pasean su prejuicio por las prisiones del sur y en 1933 descubren a Leadbelly, un convicto de asesinato que tenía una memoria prodigiosa para recordar canciones. Ahí tenían al "salvaje" con sus canciones "puramente africanas", esto es, "primitivas". Al salir de la cárcel, se convierte en sirviente de los Lomax, quienes a su vez le proporcionan bolos donde cantaría sus canciones "negras negrísimas" vestido de presidiario ante público blanco (quedándose los Lomax con más dinero de lo que estipulaba la ley); en los años 40, pasaría a formar parte de la banda sonora de la juventud izquierdosa americana junto con otros artistas folk como Woody Guthrie y Pete Seeger.
Una de las canciones que popularizó Leadbelly es esta, que se parece más a un vals que al sonido del tamtam en la selva...
...y, mira por dónde, me entero por el libro de que en el segregado sur de los Estados Unidos no había apartheid musical a principios de siglo XX; blancos y negros tocaban las mismas músicas, juntos y revueltos, y no precisamente en el porche de sus casas, sino en la calle, en bares o en bailes. El apartheid musical, que continúa ahora, llegó de la mano de casas discográficas de Nueva York, folkloristas como los Lomax o, por el contrario, los que iban en busca de "la música blanca más pura" como soporte de ideologías racistas, y las iniciativas de promover el folklore blanco más blanco por parte de Henry Ford (el de los coches, también propietario de un periódico cuyos artículos antisemitas citaba Hitler en "Mein Kampf"). Vale, ya se explica lo nada blues que a veces me resultó Leadbelly. El libro menciona a un intérprete negro, también adorado por los blancos izquierdosos aficionados a la música que se dio en llamar "folk", y esta canción tan "blues del Delta"...
...que cualquiera que la oyese sin ninguna referencia describiría como country.
Por otro lado, el libro pone como ejemplo a este blanco que canta blues:
A partir de aquí, los autores del libro reflexionan sobre la autenticidad personal, o el grado en que las canciones reflejan la vida o los sentimientos reales de los artistas, cuya aparición en la música popular norteamericana sitúan en el country y el blues de los años 30 (entonces una y la misma música), y específicamente en el éxito que tuvo la canción que sigue: Jimmie Rodgers realmente tuvo tuberculosis, y el tema, que no compuso él, se entendió como una valiente descripción de su propia enfermedad.
Conforme avanza el libro, sin embargo, la cosa empieza a flojear. El capítulo sobre el punk, centrado particularmente en el punk británico, menciona el punk americano y sus antecedentes muy de pasada, sin explicar por qué califican de "seminal" el concierto de Iggy Pop en el cine Scala de Londres (no precisamente "post-Stooges": estaban en plena grabación de "Raw Power"), al que "muchos acudieron" (no tengo el libro aquí, pero creo recordar que según Nick Kent, hubo cuatro pelagatos). Precisamente Iggy Pop me parece un claro antecedente del modo de resolver la ecuación de la autenticidad personal (es decir, salvar la distancia entre la persona que eres y la imagen de ti que reciben tus fans) que atribuyen al punk británico, siendo Sid Vicious el ejemplo más extremo: eres auténtico si vives en la vida real la imagen que proyectas. Tal vez Iggy Pop nunca llegó a borrar al ciudadano Jim Osterberg del modo en que Sid Vicious borró a John Simon Ritchie, pero lo de Iggy cayéndose por los suelos en las calles de puro perjudicado (el "search and destroy" aplicado a sí mismo) me resulta muy similar a lo de Vicious entregado a actos de violencia porque él es un punk (una de las víctimas de sus arrebatos fue, precisamente, Nick Kent). Ahora bien, en el libro, Iggy "pasaba por allí", y el capítulo queda cojo. La foto de la portada de "Raw Power" es del concierto en cuestión; entre la "mucha gente" o los "cuatro pelagatos" se dice que estuvieron Johnny Rotten, Johnny Marr, Siouxsie Sioux y no sé quién más que luego formaron bandas.
La flojera aumenta en el capítulo sobre la "world music", donde lo que hacen es aplicar a ella lo dicho sobre el blues, el country y los puristas que buscaban lo puro que no había, lo cual ejemplifican con el híbrido del "Buena Vista Social Club" que Ry Cooder vendió como auténtico pero que era tan manufacturado como los Monkees (a quienes el libro dedica otro capítulo).
Aparte de un par de datos problemáticos (el senegalés Baaba Maal hace "música tradicional maliense"; se critica el disco de Putumayo dedicado a la República Dominicana por su excesivo enfoque en un ritmo ajeno, la bachata, en detrimento de un ritmo propio, el merengue - precisamente, los dominicanos del Poble Sec si no ponen reggaetón ponen bachata...)
...los autores nos vienen diciendo que los occidentales queremos música rural y sin sintetizadores ni influencias occidentales, cuanto más pura mejor. Lo cual explica el éxito en Occidente de Ofra Haza, el Youssou N'Dour de "The Lion" y "Seven Seconds", el Salif Keita de "Soro" y un largo etcétera que no tiene necesariamente por qué pasar por la petergabrielización de la música del mundo...
...por no hablar de la aceptación que han tenido músicas africanas con clarísima influencia occidental, como el afrobeat de Fela Kuti o el híbrido soul-makossa de Manu Dibango, tomado por Michael Jackson y luego Rihanna; el highlife "pasaba por ahí" como Iggy; y de Bob Marley, el primer artista del "tercer mundo" que se hizo global con una música en principio tan "world music" como el son cubano o los coros búlgaros, ni mención.
¿La conclusión? Que la autenticidad no tiene por qué ser condición sine qua non para disfrutar de la música, y que hay que abrir los oídos. Como canta Peggy Lee, ¿eso es lo que hay? Para ese viaje (el primer libro que trata el tema de la autenticidad en la música popular en toda su complejidad, dicen los autores en la introducción) no hacen falta alforjas.
Mientras tanto, la MTV (la cadena de vídeos musicales, tan auténtica ella) ejemplifica lo que mantienen los autores sobre que la idea de autenticidad permea toda la música pop actual; se elogia un vídeo de Rihanna por su valentía al narrar sus propias infidelidades, se eleva a Eminem a la categoría de icono pop porque es auténtico ("he keeps it real"), y se nos repite que Kurt Cobain durmió debajo de un puente. Raca raca, a dar la matraca. La realidad reaparece recalcitrante: un artículo del País de hoy describe lo asombrosamente caro que resultó hacer la canción "Man Down" de Rihanna, canción que se compuso en 12 minutos y que los fans de Rihanna en Twitter eligieron como single. Una frase del artículo, del periodista del Guardian Peter Robinson: "La gente sacrifica su identidad musical por un puesto en las listas. No es ninguna tragedia." Real como la vida misma.
Esto, darnos una bofetada de realidad, es lo que hace el libro, a pesar de sus limitaciones; por otra parte, a través de él nos enteramos de música desconocida o nos reencontramos con viejos conocidos - Neil Young, en mi caso. El libro dedica un capítulo al disco donde se encuentra la canción que sigue: un disco hecho en memoria de dos amigos de Young que murieron por sobredosis de heroína, uno de los cuales, el guitarrista de su banda, murió poco después de ser expulsado de la misma, y Young se pasó años sintiéndose culpable. El disco se hizo en seis horas bajo los efectos de una combinación de tequila, marihuana y cocaína; la banda ni siquiera conocía las canciones; y a pesar de ello, el disco llegó a ser considerado uno de los mejores álbumes de rock todos los tiempos, afianzando la imagen de "auténtico" de Neil Young.
(Aquí un cuadro de probablemente la modelo rocanrol por excelencia, Kate Moss. Su autor, Lucian Freud, acaba de fallecer. Era un retratista impresionante. Una cita de un artículo sobre él, ya que nos ponemos: "Lucian Freud (Berlín, 1922) se niega a pintar lo que ve. Su obsesión consiste en pintar lo que 'es'. Y acumula sobre el lienzo fangales de óleo durante meses, años a veces, hasta que de la tela emerge una vida auténtica." Llámalo equis.)
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