martes, 24 de julio de 2012

Retromanía

Simon Reynolds es inglés, rematadamente inglés. Llega a considerar "rayana en lo anodino" la bossa nova: un género que fue visto en Brasil como "de desafinados y gente sin oído" cuando se originó, en una época de gran optimismo por lo que se celebraba como "o pais do futuro". Un género moderno, al fin y al cabo.



Sin embargo, el rematadamente inglés, y rematadamente modernista, Simon Reynolds nos habla de temas muy, muy familiares para los occidentales no anglosajones. Da la casualidad de que el pasado sábado sale un artículo en la Babelia donde Josele Santiago, que fue cantante de Los Enemigos, habla de la costumbre de bandas de rock cuyos miembros están en la furgo enchufados cada uno a su iPod y la compara con la irrupción de la heroína en una banda de rock. El efecto, dice, es el mismo: aislar. Añade: "[...] resulta revelador comprobar que, desde que se normaliza el uso de las redes sociales en la década pasada, no ha cuajado ni un solo movimiento musical, cultural o estético juvenil. Donde encontrábamos al cantoso lechuguino a la última, airado y explosivo, tenemos hoy a los muñecos de cera implosivos e inmóviles de nuestra furgoneta. Hombre, molestar... pues molestan menos así". El rematadamente inglés no podría estar más de acuerdo.



"Retromanía", el libro del inglés, es muy sesudo (aunque nada plúmbeo), con citas a Freud, Derrida, Baudrillard, Walter Benjamin, Harold Bloom, Theodor Adorno y varios otros intelectuales para hablarnos de la querencia por lo retro en detrimento de la innovación, el exceso de documentación (YouTube, descargas), la consiguiente anulación de toda consideración espacial o temporal (todo aquí ahora), la invención de géneros inexistentes en el pasado partiendo de mimbres pasadas, los varios revivals (remezclas, reuniones, reediciones, re...), lo que llama "rock de coleccionista de discos", la museificación del pop (con comisarios y todo), la obsesión enfermiza por la rareza más rara, la mayor relevancia de los adelantos tecnológicos con respecto a los artísticos y cómo ha cambiado nuestra manera de escuchar música, el carácter al mismo tiempo revolucionario y reaccionario del punk, el retorno del soporte cassette, el modo en que imaginábamos el futuro en el pasado, el sampleado, el mash-up o lo que llaman "hauntology": en suma, la obsesión del pop con su pasado reciente.



Hay unas cuantas historietas. Aquí tres de ellas.

La primera tiene que ver con el continuo revival de los 50, que continúa en nuestros días...



...pero que comenzó en la década de la innovación constante, los 60, curiosamente con los Beatles post-Sgt Pepper's y la necesidad de Lennon de dejarse de days in the life y volver a las raíces.



Lo cual me recuerda una gran marcianada, Sha Na Na en Woodstock. Reynolds cuenta a santo de qué se dio tal marcianada. Sha Na Na fue la idea de unos estudiantes de la universidad de Columbia (de la Ivy League: o sea, probablemente niños pijos). Era 1969, época de protestas contra la guerra de Vietnam y contraprotestas pro-guerra que llevaron al cierre del campus, y estos chicos, hartos de tanta confrontación, encontraron en el rock and roll de los 50 el punto de unión entre ambos bandos. Pero su visión de los 50 era, no la de lo que realmente fueron, sino la del tiempo pasado que nos parece mejor, las coreografías que presentaban no eran nada cincuenteras, y la música era tal como la recordaban, o sea, mucho más rápida de lo que en realidad era. Fueron de bolos, comenzando por Columbia y otras universidades. A uno de los bolos acudió Jimi Hendrix, que quedó encantado y convenció a la organización del festival de Woodstock para que les incluyera en el cartel. Actuaron justo antes de Hendrix: en la madrugada siguiente al día en que había de concluir el festival, y a unas horas tan indecentes que, según Reynolds, los cámaras estaban durmiendo y sólo documentaron la canción con la que acabaron el concierto; pero resulta que hay metraje con otros temas del concierto, como este; obsérvese la cara de WTF de los jipis. (PD Este es otro vídeo, con caras de jipis y Hendrix que observaba la jugada.)



Si esta historieta iba de falsificación (o al menos estilización) de la historia, la siguiente va de los extremos a los que se ha llegado en el proceso de museificación del rock: yo, que no tengo una opinión tan negativa de los museos (eso de museo=mausoleo), prefiero hablar de parquetematización. Alguien tuvo la chiripitifláutica idea de reconstruir "tal cual era", y en el mismo lugar (el ICA de Londres), una actuación de Einstürzende Neubauten que acabó en una megabronca que la hizo legendaria; se supone que a raíz de un intento de perforar el suelo del escenario con un taladro. La recreación, basada en la muy escasa documentación y en testigos presenciales del evento original, corrió a cargo de miembros de la banda, sin Blixa Bargeld (que, sin embargo, dio el visto bueno a la recreación) y con Genesis P-Orridge entre otros invitados. Por recrearse, se recreó la megabronca: eso sí, con actores y de manera ordenada para que no hubiera más destrucción que la estrictamente necesaria. Muy mono. Aquí un fragmento.



La tercera historia va de como quiera que se haya traducido "hauntology". El palabro tiene que ver con lo encantado, no en el sentido de Hendrix con Sha Na Na sino en el de poblado por fantasmas. Al fin y al cabo, según la asociación que hace Reynolds, Edison inventó el fonógrafo para conservar las voces de las personas queridas tras su muerte. A través de sampleados de bandas sonoras de programas de televisión antiguos, sonidos de "frito" de los discos de vinilo y otros efectos, se busca algo parecido a lo que se siente al ver fotos, ya amarilleadas, del pasado, o al abrir el baúl de los recuerdos tras años en el desván. Ahí va un ejemplo.



Un precedente de esta corriente, el dúo Position Normal (normal, no cromo: hablamos de cassettes), hizo en 1999 un disco con sampleados procedentes de la colección de discos no musicales del padre de uno de ellos. Lo que me llegó a mí personalmente con mis antecedentes familiares fue que el padre tenía alzheimer, con la consiguiente observación que el hijo sampleaba discos que el padre ya no podía recordar.



Las contradicciones del libro se resumen en el reverso de la pregunta que formula al final: ¿cómo es que alguien que deplora el retro hasta el punto de escribir un buen tocho sobre ello disfruta con ciertos artefactos retro, o al menos afincados en el pasado, como el "Psychocandy" (un ejemplo de lo que llama "rock de coleccionista de discos", todo estilo y cero sustancia) o la "hauntology" (música que surte el efecto deseado en personas de cierto lugar y cierta edad)? Si acaso, encontramos algunas respuestas en los "retrófilos" que cita, como Billy Childish o los Cramps: insatisfacción con el presente, constatación de que el futuro (el cacareado año 2000) no es lo que imaginábamos que iba a ser y consiguiente desaparición de un futuro imaginado ("nostalgia de futuro").





Pero la idea que comparte Josele Santiago de que ya no hay movimientos juveniles, y por ende no se genera nada realmente nuevo (un "mercado de pasados", siguiendo con la analogía económica de Reynolds), ahí está: si ha habido un movimiento recientemente, es el 15-M/Occupy the Streets (no exactamente un movimiento juvenil), que en lugar de un nuevo "Vai passar" o un nuevo "The Revolution Will Not Be Televised", genera naderías coyunturales sin más futuro que el telediario de ayer. Eso, cuando no recicla.



Cierto es lo que dice Diego Manrique que podemos hallar frescura en la música del pasado (como el mismo Simon Reynolds en los discos electrónicos de la Philips tras la Segunda Guerra Mundial) y que ahora hay música de todas las épocas... pero no inequívocamente "de los 10" como hubo música inequívocamente "de los 60", o "de los 90". Tenemos lo vintage sin la historia, "the movement without the bother of the meaning", en palabras de LCD Soundsystem. Se esté de acuerdo o no, el debate está servido.


lunes, 2 de julio de 2012

Laaa Rooojaaaaa, oooééééé...

Ganamos la Eurocopa. Mata, futbolista de la selección olímpica española, remata. Los italianos tuvieron la mala suerte de que se les lesionaran dos jugadores, uno de ellos al poco de salir al campo y con los tres cambios de rigor ya hechos.





(Juro que he oído a las Supremes en italiano en mi infancia. Yo la cantaba "l'amore guerrá, u, l'amore guerrá".)

¿Y qué suena en el estadio de Kiev una vez Casillas levanta la copa? Hep, hep, hep... (Ay, la España cañí de nuestras primas de riesgo.)



Por lo demás, hubo un par de eventos musicales con cierto tinte rojo en varios sentidos de la palabra:

1. El documental sobre Bob Marley. El rojo por el verde, amarillo y rojo de la bandera rasta. Llevo no sé cuántos In-Edits, así que sabía lo que me podía esperar de un documental producido por Tuff Gong (o sea, con el beneplácito de la familia). Aparece la vida de Bob Marley en orden cronológico; parece que la intención es meter todo todo y el resultado es que todo todo pasaba por aquí, sin profundizar más de lo que hace la Wikipedia, y dando más peso al mito Bob Marley que al hombre Bob Marley. Como no iba a ser de otro modo, la película muestra el Gran Momento Marley donde consiguió que los grandes rivales por la presidencia de Jamaica, cuya rivalidad generó una violencia que salpicó al mismo Marley, subieran al escenario a darse la mano.



Lo más destacable son las intervenciones de la familia, especialmente su hija Cedella, que siente ausencia de padre. Rita, por otra parte, es más santa Rita que nunca, aun después de la publicación de sus memorias, de las cuales no sale una imagen tan fantástica del rastaman por excelencia.

Y por lo demás, se van sucediendo las imágenes desde Saint Ann 1945 hasta Miami 1981 de una manera entretenida, entre estampas de la vida jamaicana, declaraciones de entrevistados incluidos los slogans en potencia que generalmente lanza el sujeto, y fragmentos de música del mismo, pero no se cuenta nada que no se haya contado anteriormente, aunque dejo constancia de que la gente se puede enterar de algunas cositas. Eso sí, juraría haber leído en varios lugares que Marley no se amputó el dedo del pie atacado por el melanoma porque su religión se lo impedía: la conclusión que sacamos del documental es que no lo hace porque le impediría bailar, y de la explicación oficial no recuerdo mención.

Y, como ya dije, me sigue pesando demasiado el mito, one love, one heart, let's get together y hagamos un mai...



(Qué vamos a esperar de un producto de Tuff Gong, ¿que despellejen al fundador del chiringuito?)



2. El concierto de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela dirigido por Gustavo Dudamel en el Auditori de Barcelona. O cómo acercar la música clásica a la gente sin sonar como Luis Cobos. El rojo por el tema progre del rollo de El Sistema de utilizar la música para mejorar las perspectivas de vida de chicos de ambientes desfavorecidos, y apoyado por el gobierno de Chávez, por cierto. Tuve la suerte de estar sentada en un lateral del escenario, desde donde se podían ver los movimientos (no paraban quietos, por cierto) del director y los músicos, incluidos los percances típicos: en un momento dado, una chica le tuvo que indicar a una compañera con el arco de su contrabajo dónde se encontraban en la partitura: qué bonito verlo.

Recibieron ovación de pie desde la primera pieza. No sé cuántas veces tuvo que salir Dudamel. Es de los que no se ponen delante de todos, sino todo lo contrario: se mete en el mogollón y pone de pie a las tubas, luego a los fagots, luego a las flautas...



Parecía que se trataba de una estrella del pop, con bises de (fragmentos de) los hits incluidos (tras el "Danzón Nº 2", el "Mambo" y el "Alma llanera": así de populista). La orquesta daba todo un espectáculo, tanto musical como visual (literalmente). Mientras tanto, me suena haber leído algo sobre los museos en el libro de Simon Reynolds (que citan a diestro y siniestro: igual me da por contarlo cuando lo acabe): que sirven para conservar cosas que realmente no tienen relevancia en nuestro mundo. (Lo tendré que releer porque igual recuerdo mal.) Que haya unos chicos en un país tropical en la época del smartphone que encuentren y transmitan tanta alegría ejecutando lo que compusieron un par de alemanes hace siglos da sentido a la conservación de antigüedades: aún nos pueden remover las tripas, el corazón, o allá donde cada uno sienta las emociones.


Aquí una de las piezas que tocaron como parte del programa: la Sinfonía Nº 3 "Eroica" de Beethoven. Para la otra pieza, la Sinfonía Alpina de Brahms, llenaron el escenario de gente y de instrumentos de percusión de varios tipos, algunos bastante curiosos (¿una rueda con cencerros dentro?) Lo dicho: un espectáculo.

Lo dé la orquesta venezolana o La Roja, el espectáculo funciona. Viene bien un poco de alegría en estos tiempos. Pero que esto nos haga olvidar la crisis, ni a Manolo el del Bombo. Seguro.